Cada cierto tiempo la historia se repite. La inteligencia artificial vive momentos de entusiasmo extremo, seguidos de períodos de desilusión y retirada. Los llamamos inviernos de la IA, y dejaron cicatrices: en los años 70, en los 90 y hace poco más de una década, cuando los proyectos no lograban cumplir lo prometido y la inversión se evaporaba.
Hoy volvemos a escuchar la misma duda. Modelos como GPT-4 captan titulares, los presupuestos crecen a doble dígito, pero un estudio del MIT sacude la confianza: el 95% de las implementaciones de IA generativa no muestra impacto medible en los resultados financieros. Es comprensible que resurja el escepticismo.
Lo que cambia respecto al pasado
La diferencia con aquellos inviernos está en dónde se están viendo los beneficios. El mismo estudio muestra que mientras casi la mitad del presupuesto en IA se orienta a marketing y ventas, es en la automatización de procesos administrativos donde aparecen los ahorros más contundentes.
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Entre 2 y 10 millones de dólares al año al eliminar procesos tercerizados (BPO).
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Reducciones de hasta un 30% en gastos gracias a menor dependencia de agencias externas.
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Un millón de dólares anuales menos en gestión de riesgos externalizada.
Cuando fundamos Inceptia AI, ya visualizábamos este potencial transformador de la IA para las empresas, mucho antes de que se convirtiera en tendencia mediática. Pero también identificamos las dificultades prácticas de implementación. Por eso creamos una plataforma enfocada en facilitar la adopción y, sobre todo, en generar valor real y medible para el negocio.
A diario, observamos que la conversación sobre IA frecuentemente gira en torno a aspectos cosméticos como la naturalidad de la voz, la velocidad de respuesta o la capacidad de interrupción. Estos elementos, si bien mejoran la experiencia del usuario, a veces eclipsan lo verdaderamente importante: el impacto mensurable en los resultados del negocio.
El verdadero punto de inflexión
Si algo nos enseñan los ciclos anteriores es que la tecnología no se congela por falta de capacidad técnica, sino por falta de impacto real. Esta vez, los proyectos que se concentran en eficiencia y resultados tangibles están mostrando otra dinámica.
En sectores como finanzas y cobranzas, la IA dejó de ser un experimento y empezó a formar parte de la operación diaria. La eficiencia lograda se traduce en costos controlados, procesos más ágiles y recursos humanos liberados para tareas críticas.
El escepticismo sigue siendo necesario, porque obliga a mirar más allá del brillo de la tecnología. Pero esta vez los resultados están sobre la mesa. Y mientras haya impacto tangible en la operación, la conversación sobre una “burbuja” pierde fuerza.
La revolución de la IA hoy se refleja en su capacidad de transformar la manera en que funcionan las empresas. Y ese cambio ya empezó a consolidarse.